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domingo, enero 28, 2007

El amor es en ocasiones un regalo que no tenias pensado entregar. No todavia. En ocasiones se da como el que suelta una prenda en una partida de streap-poker. Es muy estrecha la línea que divide nuestras necesidades de nuestras eventualidades, es decir, de las ocasiones en las que el azar, la casualidad, nos brinda algo que buscábamos sin que pensáramos en ello. Sobretodo en el terreno emotivo, estas segundas son las únicas oportunidades reales de amar y ser amados. En las que no hemos tenido el tiempo ni la impaciencia de confeccionar a nuestra medida el idilio que debe salvarnos de la rutina de nuestras vidas, de todo el odio, soledad e incomprensión que nos rodea, incluso de nosotros mismos.

Sea como fuere, nuestra capacidad de amar a alguien es de las pocas cosas puras y desinteresadas que aún nos pertenecen y que, por mucho que nos pase eso de "se nos rompió el amor de tanto usarlo", se regenera en nosotros como la cola de una lagartija. Porque no hay otra. Incluso la vida de quien se dirige al abismo irremisiblemente necesita dejar de sentirse sola por un ratito. Es una sed universal, la que realmente nos hace iguales. La muerte nos lleva a todos al mismo destino, pero aunque uno es capaz de resignarse a su final, no es capaz de imaginárselo solo. Deberíamos, por tanto, guardar como oro en paño ese influjo, ese despertar de los sentidos, esa lucidez emocional, esa catarata de buenos propósitos hasta que encontremos a alguien que realmente pueda apreciarlo y correspondernos. Pero esa es una labor muy complicada, incluso diria que utópica. Nuestra necesidad de sentirnos anhelados, de habitar la mente, el corazon del otro, es normalmente mucho más imperiosa que la racionalidad que nos proteje del desvarío, del desenfreno, que nos susurra que aquello no tiene futuro, que no va an ningún lado, que no va a proporcionarnos más que desazón y frustración. El otro, simplemente como objeto humano correspondiente, como continente de todo nuestro poso, escogido por razones que muchas veces no son ni razones en sí mismas,

viernes, enero 12, 2007

De porqué no podemos darnos la mano.


Salir a la calle como quien sale por una televisión en blanco y negro. Dictándote para adentro para donde pueden ir tus torpes pasos. Deambulando y cayendo en cada esquina perdida en un semáforo o en un hombre cualquiera. Una cansina inercia de la que te habías olvidado: Ganarte la vida. Levemente temeroso al pánico del vacío, del final, de la nada. Esa nada que reina en ti cuando te echas en una cama cualquiera y deseas no volver a despertarte jamás. Sí. Debe ser algo así, piensas. Un letargo que ahuyente tanto a la vida como a la muerte...Pero el día se va diseminando metódicamente ante tus ojos y el fatídico ocaso de las cinco de la tarde te indica que apenas has hecho nada de día, o sea que, qué te queda por hacer si ya anochece? Te sublevas a tí mismo, de nuevo, te maldices, te fustigas, te consuelas y te autoproclamas tirano y súbdito de tí mismo. Te das las gracias por intentar llevar una vida normal, te pides perdón por no lograrlo, e intentas estrecharte de manos, con la mala suerte de que no encajan. De que nunca van a encajar.

viernes, enero 05, 2007

dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe

Alejandra Pizarnik