El otro lado del espejo.
Algunas tribus africanas temen los espejos porque creen que nos roban un poco de nuestra belleza y juventud cada vez que los miramos.
Es peligroso contemplar la candidez en un cuerpo. La mayoría de las veces no se encuentra en su geografía sino disuelta en nuestra mirada, sedienta de irrealidad, de salvación. Esta aberrante sed que anhela la armonía y el equilibrio que nos falta y que lo escarva en algo bello y puro pretende beberse esa repentina luz, ese lugar inhóspito en dónde todas las cosas y todos los seres conservan sus nombres intactos; ese lugar onírico que es el reducto de los que han perdido el sabor en su boca, la luz en sus ojos, el candor en sus manos, la piel de las palabras, el misterio que se esconde en las esquinas de sus rutinas, temeroso de no ser descubierto, sino quebrantado por los que han sido recluidos más allá de su presente, de la brisa fresca en la cara. Los desterrados en una noche más inmensa que su propia ignorancia, son los únicos temerarios que cruzan el cristal, sin preguntarse si regresarán a este lado, deseosos incluso de quedarse allá, en el otro lado encerrados para siempre.
Pero no existe el sueño eterno. Siempre se regresa, aunque uno ya no es nunca más el mismo cada vez que lo hace. Hay un peaje para los que cruzan ese límite, sea por capricho o por necesidad, por sueño o por embriaguez. Cada vez que cruzamos el espejo algo de nosotros queda allí atrapado para siempre, en ese telar invisible y soñoliento: Un gesto impreciso, una palabra deforme, un pensamiento erróneo, un fallo de la memoria, un ser sin rostro, un rostro sin ser, un sentimiento embrionario, como un ardor de estómago. Todo eso formará parte entonces de aquello que hemos perdido y que torpemente llamamos la nada, o donde habite el olvido, como diría el poeta. El hogar que nos acoge y luego nos expulsa como un violento parto: El otro lado del espejo.
Pero no existe el sueño eterno. Siempre se regresa, aunque uno ya no es nunca más el mismo cada vez que lo hace. Hay un peaje para los que cruzan ese límite, sea por capricho o por necesidad, por sueño o por embriaguez. Cada vez que cruzamos el espejo algo de nosotros queda allí atrapado para siempre, en ese telar invisible y soñoliento: Un gesto impreciso, una palabra deforme, un pensamiento erróneo, un fallo de la memoria, un ser sin rostro, un rostro sin ser, un sentimiento embrionario, como un ardor de estómago. Todo eso formará parte entonces de aquello que hemos perdido y que torpemente llamamos la nada, o donde habite el olvido, como diría el poeta. El hogar que nos acoge y luego nos expulsa como un violento parto: El otro lado del espejo.
2 Comments:
Yo una vez me miré a un espejo, solo una, por eso soy tan bella y me conservo tan joven. Hay quien dice que la belleza está en el alma, pero eso es mentira. Hoy entrevistaban a Paulina Rubio en la televisión y decía unas estupideces como un piano antes de hacer que cantaba con un playback más evidente que su minifalda, pero seguía pareciéndome preciosa y sus piernas seguían siendo esculturales. La belleza es la belleza y el alma es el alma, no podemos compararlas, por muy duro que sea aceptar que la mayoría ama más la belleza que la bondad o la inteligencia, o hasta que a la maldad. Y es mentira que solo me miré una vez a un espejo, porqué me miro hasta en los retrovisores de las sillas de ruedas y sigo siendo igual de bella, porque a mi los espejos no me roban, les doy miedo...
Yo también vi a Paulina y no me pareció bella. Si, ya sé que mi gusto por las mujeres no tiene mucha credibilidad, es decir,que no son exactamente mi tipo, pero también sé reconocer la belleza en una mujer como en un cienpiés. Y a mi esa mujer me parece una perraca, una furcia, una concubina de Jezabel y que además está forrada de dolares hasta las cejas. Conclusión: No me parece guapa, sino obscena, pero sobretodo la odio. Caballero caballero caballerooo...ponche Caballeroo...
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